4 de marzo de 2014

La esclavitud de la gravedad y otras opiniones absurdas. Oscars 2014 (I)

Una tarde soleada acompañaba a la ¿nueva? y eternamente angelical entrega de los premios Oscar de Hollywood. En Madrid, hace frío y llueve, pero una tarde de cine y madrugada de premios, palomitas y cerveza en buena compañía hace de esto un asunto agradable.

Caras guapetonas, luz, color, alta costura y botox se derraman sobre una alformbra roja permeable a las vanidades e inmunizada al taconeo nervioso de las sonrisas huecas y  preguntas tontas o poco ingeniosas.

En España, la mayoría de las aspirantes al aureo trofeo, se han ido estrenando con algo de "que nos pilla el toro", por aquello de nuestro compromiso con el cine norteamericano aún cuando esta industria se suele criticar sin piedad ni pudor alguno, por que, qué duda cabe, "nuestro" cine le da mil vueltas.
Como viene siendo habitual, y salvo contadisimas y honrosas excepciones, las películas nominadas al Oscar son ejercicios de formalismo y autocomplacencia, cuando no bálsamos analgésicos contra las asignaturas pendientes de una sociedad que creció rápido, orgullosa de sus principios abonados con los excesos lógicos de su aparatosa e incuestionable grandiosidad.

Hollywood se nutre de la historia norteamericana, de sus logros y proezas, pero también de sus delitos y faltas graves, y dispensa  de vez en cuando, con el pretexto de mejor película, aspirinas antropomorfas bañadas en oro para heridas abiertas y la mala conciencia. Cuando preguntan a los premiados por el paradero de sus estauillas, la mayoría confiesa no prestarles mucha atención, relegándolos a la vitrina de los viejos trofeos deportivos de su juventud, a la repisa de la chimenea o algo así. Otros imagino, le dedicarán al tío Oscar una utilidad más discreta y traviesa probablemente incluyéndolo en algún juego adulto aprovechando las caracteristicas formales de la figurita. Todo queda en casa.

Y en ese sentido, el señor Steve Mcqueen debe andar que no para. No, no es el original, añorado y genuinamente cool Steve McQueen, que haya resucitado, sino otro. Visto los intereses o capacidades de McQueen para el cine, podría regentar con éxito algún circo de pulgas. Reza el marketing de la producción y los adictos a la metadona que la han visto que se trata de una de las mejores películas de todos los tiempos y que el cine necesita más pelis de esclavos negros. Pues ni una cosa ni la otra. La peli es correcta y poquito más.  Si lo que busca el tándem Pitt McQueen es saldar cuentas con el pasado, que alguien les pase el vhs de "Amistad", de un tal Spielberg, o la colección de aquella "Raíces". Si lo que buscan es emocionar a un público zombie, sin duda han acertado.

Mi asombro reside en el cinismo con que se la condecoró como mejor película, siendo su principal competidora "Gravity", infinitamente superior, incluso siendo ambas dos propuestas muy similares en concepto. La peli de Cuarón nos coloca tambien en el plano de la supervivencia, pero más allá de nuestros complejos como habitantes de este bendito e infeliz mundo. El asunto habría pasado más o menos desapercibido para mí de no haber sido invitado por mi querido D, en calidad de acompañante a presenciar la entrega de premios en directo, cortesía de Canal +.
 
Con "Gravity" paladeamos durante noventa minutos una angustia similar a la que sufre un pez fuera del agua.  La apasionada afirmación de la vida, elemento que se rige por la ley misma del surgimiento sin necesidades lógicas ni pretextos morales o éticos de ningún tipo. Los depuradísimos aspectos técnicos de la película han conseguido que el 3D tenga sentido, consiguiendo que su realismo no trastorne su bella fotografía, la interpretación de la impagable Bullock -a quien casi podemos acariciar-, o el sentido en general de la película, sino que la convierte en ocasiones en una experiencia hipnótica. Los efectos al servicio del guión, y no al revés. Se ve poco, pero se ve y se agradece. Engrandece la historia, y parece seguir la estela planteada por el primer George Lucas, James Cameron, aunque se abran abismos entre todos ellos.

 "Doce años" ni siquiera me posibilitó empatizar con ninguno de los personajes, trazados como engranajes de un reloj que no da la hora. A pesar de la pretendida crudeza de algunas de sus secuencias, de la pedestre maldad de Fassbender, o de la sed de justicia histórica, creo que McQueen en su búsqueda de una mirada lo más directa posible sobre el tema, despojó al guión y a los personajes de profundidad o valor alguno.

La única explicación lógica que se me antoja es desproporcionadamente anticinematográfica. Dudo que este injusto reconocimiento que obtuvo "Doce años" sirva para zanjar los debates sobre la repugnante era esclavista, pero se alzará como monumento a la libertad y homenaje a los seres humanos que vivieron aquel tiempo, el tiempo que les tocó, y que Hollywood -o sea USA- interpretó y se reconoció. Pues Amén.
 
Como dato exótico, el diario de una de las granjas comunistas todavía en pie, Granma, afirma que a las autoridades cubanas la pelicula les ha gustado, pero no tanto el papel de Bullock cuyos grititos y desesperación, deben ser para el comunismo cubano muestra de los efectos perversos de la democracia...

La gala en si, es la misma historia de siempre, pero peor contada. Llevaba años desenganchado del tema por varias razones. Si bien los engalanados alrededores del antaño Kodak Theatre han servido de escaparate al talento interpretativo y creativo, smoking mediante, hoy son solo una pasarela de pretendidas actrices de rostros tan cristalinos que no apetece mirar. Ellos son pasmarotes bien plantados con los recursos interpretativos de una chincheta. Monumentos light.

No me costó meterme en el papel de espectador ilusionado por que lo estaba, de manera que ademas de la demostrada decepción, hubo tambien sorpresas y claro, más decepciones. Haber premiado en cualquier categoría al Lobo de Leonardo Martin DiCaprio Scorsese, habría retratado a la Academia como una panda de grandes profesionales, medio zumbados y apasionados por un cine que se escribe con mayúsculas, desenfrenado y violento, lo que me habría divertido mucho, pues al parecer "El lobo de Wall Street" no deja de ofender a las más diversas sensibilidades.

A Bruce Dern le debió parecer estar viviendo un Déjà Vu. Le imagino abandonando un poco confuso el Theatre como se llame ahora, acompañado de su mujer e hija, ataviado con su gorra "Prize Winner". Una de esas oportunidades despreciadas por Hollywood para reconocer una trayectoria profesional a tiempo, aprovechando su ¿inexpresiva? y genial interpretación.

To be continued...







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