20 de junio de 2016

Alicia en el país de las Maravillas


"Surcando la tarde dorada,
no lleva, ociosos, el agua (...)"

(...)Impuesto, al fin, el silencio
la imaginación las lleva
en pos de esa niña soñada
por un nuevo mundo de raras maravillas
en el que los pájaros y las bestias recobran el habla
¡Y casi creen estar allí de veras!(...)"



Dedicar unas palabras a la última versión cinematográfica sobre las aventuras de Alicia, es volver a repetir todo aquello que muchos pensamos de la primera; no merecía la pena perder más tiempo con el tema, un producto despreciable cuyo responsable mayor, un maltratador autocomplaciente, un día hizo números y concluyó que resultaba más rentable vivir del nombre que de su interesante y peculiar talento y visión artística. Tim Burton, autor responsable como director y productor de algunos de los títulos más memorables de las últimas décadas e indiscutible seña generacional de muchos, lleva años siendo una mala costumbre, humo de pajas gratamente entregado a los deseos de productoras y estudios cinematográficos de entre los que se le distingue casi exclusivamente por su tocado capilar.



Alicia en el País de las Maravillas era un proyecto largamente acariciado por los fantasiosos dedos góticos de Burton, o eso se decía. Un mundo a su medida que generó grandes expectativas hasta la aparición de las primeras fotos, que presagiaban nubarrones de decepción que el trailer y posterior estreno confirmaron.  El resultado quedó muy lejos de las aventuras ideadas por Carroll aquella tarde de paseo en barca, poesía, opio y adoración infantil que el matemático compartió con la joven Alicia y sus dos hermanas. Alicia Liddell, la niñita victoriana que provocaba en Carroll una desmedida atracción, fue el pretexto más adelante para desarrollar una de las historias mas peculiares y sugerentes de la literatura inglesa. Un amago de rebeldía en una sociedad encorsetada hasta las cejas, que recibió de buen grado la imaginativa patada en el culo que el tartamudo reverendo Dogdson les dedicó.

A través de un sueño Alicia experimenta su particular relación con un mundo lleno de convencionalismos asociados a la cultura e historia inglesa. Un aparente choque de perspectivas que siempre acaban en aceptación por parte de Alicia, en cuya mente femenina se larva una convivencia de la racionalidad extrema de su tiempo y de la irracionalidad y frescura propia de la infancia. Un juego onírico por parte de Carrol que le permitía caricaturizar personajes o presentarlos directamente como animalillos, sobrecargar situaciones estereotipadas, ridiculizar con fina ironía inglesa muchos planteamientos sociales y cuyo agil desarrollo va dejando esa divertida sensación de absurdo  siempre tan apreciada por sus beneficios catárquicos. Son abundantes los capítulos en que esa sensación recuerda "El castillo" de Kafka o "El proceso", pues comparten algunos de los elementos que convierten situaciones y personajes cotidianos en deformidades psicológicas, si bien la personal visión del checo se zambullía desde la primera línea en una pesadilla laberíntica y claustrofóbica, a Carroll le maravillaba la ingenuidad y candor de una niña encantadora zarandeada en su fragilidad pero entusiasmada en el fondo, por cuanto de extraño y violento le acontecía en aquel vertiginoso paseo.

Apabullante material con el que Burton siempre ha parecido identificar a muchos de sus personajes, -y a sí mismo-, arquetipos románticos, de sensibilidad desbordante cuya fragilidad a pesar de su apariencia grotesca y punk, evidencian la crueldad y el sinsentido de cuanto les rodea. Inadaptados que se esfuerzan por comprender y empatizar con un entorno movido por el morbo, asustadizo y egoista. La capacidad de cínica entrega demostrada en estas comunidades burtonianas suele ser proporcional a cuanto de ellos quieren ver en estos freaks. Un reflejo que al fin no hace más que agigantar las deficiencias individuales, muy alejadas de la pretensión de normalidad así como el simplismo formal de los convencionalismos, auténticas jaulas psicológicas que reconfortan frente a lo desconocido. Manostijeras con camisa y tirantes, empleando su maquinaria tijeresca como brochetas de pollo para regocijo de una panda de bobalicones domingueros.

Con una referencia literaria tan complicada, podríamos pensar que es dificil hacerlo mejor, pero demasiados títulos lo desmienten. A través de adaptaciones literales o de descaradas referencias cinematográficas, Alicia en el País de las Maravillas puede ser un delicioso bocado o un bodrio de dificil deglución. Desde la publicación de la novela en 1985, hasta el comienzo de la década de los cincuenta las aventuras de Alicia se adaptaron al menos en una veintena de ocasiones al cine, televisión y radio. Disney estrenó en 1951 la que probablemente sea una de las mejores y más completas adaptaciones así como uno de los mejores títulos de la compañia. "Disney´s Alice in Wonderland" con elementos de la novela homónima y su continuación, fue uno de esos inexplicables fiascos de taquilla pero que mejor ha soportado el paso del tiempo, y más ha popularizado el singular mundo que imaginó Carroll. 


Otros muchos autores se han movido por los terrenos Carrollianos con mucha más libertad y acierto. Dalí solía decir a propósito de Buñuel, que le costaba demasiado esfuerzo comprender el surrealismo. Creo que lo único en que coincide Burton con Carroll es en el fondo pero no en las formas. Quizá signifique esto que adaptar una obra literaria de la envergadura de Alicia no es tarea fácil y que la cosa de la fama y el presupuesto ilimitado no son las claves para quien siempre se ha movido por historias propias infinitamente más sencillas y con una carga emocional abrumadora. Pienso ahora en el incansable e idealista Jack Skellington, en eterna guerra consigo mismo y con el mundo, abocado a una guerra que no puede ganar, de cuya derrota nace la esperanza y la fé en si mismo. Y es que a veces hay que meter la pata para poder arreglarlo.


No es casualidad que las protagonistas de muchas de estas películas sean niñas con amplímisima capacidad imaginativa, soñadoras rebeldes con la curiosidad y facultad natural para plantearse el sentido de las cosas según su propio orden -aunque a veces resulten estúpidos- y que mantienen la profundidad del relato con absoluta brillantez -la esencia de los antihéroes de Burton-. Personajes perdidos en los reflejos de una realidad desagradable, en moralejas ejemplarizantes o esquizoides conspiraciones, con abrumador sentido común, la inteligencia base, el intelecto infantil; un tesoro al que por desgracia se le confunde con la simpleza. No es extraño tampoco que el contenido de Alicia en el País de las Maravillas de pie a distintas interpretaciones en los campo científico, matemático, filosófico, psicológico, e incluso astronómico. Y por supuesto artístico; Miyazaki, Dalí, Gilliam, Svankmajer o Waits entre otros, son responsables de interesantes variantes del País de las Maravillas y algunos de sus personajes. 


Comprendo la fascinación de Burton por unos de sus personajes más icónicos, el Sombrerero Loco, pero si su intención es centralizar las tramas de sus películas en él, o convertirlo en principal, que contrate a los diez mejores guionistas de Hollywood si es que no siguen en huelga. No entiendo por qué tiene que interpretarlo un Jonnhy Deep en horas de evidente descrédito interpretativo por mucho mucho que lo caractericen con toneladas de desacertado maquillaje teniendo a un Jack Nicholson con un montón de tiempo libre. El Deep de Alicia en el País de las Maravillas es cualquier cosa menos un sombrerero loco; es un señor con malas noticias, es un irlandés que ha dejado de beber, un Jack Sparrow más -que tampoco es pirata- es un cerebro de plomo derretido pero no enloquecido, es Elijah Wood, es un anuncio de cerveza, es la peor melancolía, un saco de risas vacías, es pura imbecilidad, es absolutamente nada y un ahorcado de primera. 

Los personajes de Carroll y sus vaivenes se aguantan muy bien, diría Cela que son como la música de Shubert que te permite pensar en otra cosa mientras lo lees. A Burton se le escapan las películas como los pedos, por seguir con el olvidado Nobel español.

El cabreo no debería ir con Burton, pues él ni siquiera dirije la nueva película. Si que es productor o como tal ha cobrado y responsable directo de una de las peores adaptaciones del cuento, considerando el poderío económico y despliegue de medios por parte de la todopoderosa Disney, otrora cuna profesional del director e impulsora sin quererlo de una de las mentes creativas más bizarras y divertidas de los ochenta y noventa a raíz de su inminente despido fruto de desavenencias artísticas materializadas en aquel Frankeeweenie, delicioso y breve homenaje al eterno mito de Frankenstein cuyas alusiones a la novela de Shelley y demás costuras caninas parecieron no entusiasmar al ratón Mickey.

Poco queda del Burton responsable de Bitelchús, Ed Wood o la maltratada Mars Attacks. Quizá siga siendo coherente a ratos, como volvió a demostrar con la revigorizante "Big eyes". Pero querido lector accidental, ya tendré oportunidad de aburrirte con otro post dedicado a este maduro rebelde en Hollywood que se ha olvidado un poco de serlo.

"(...)¡Alicia! Recibe este cuento infantil
y deposítalo con mano amable
allí donde descansan los sueños de la niñez
entrelazados en mística guirnalda de la Memoria
como las flores ya marchitas
ofrenda de un peregrino
que las recogiera en una lejana tierra."

-Lewis Carroll



13 de enero de 2015

Birdman

 "...Habremos amado poco
bajo nuestra forma humana,
tal vez el sol, la lluvia sobre nuestras tumbas, el viento y la escarcha
pongan fin a nuestro dolor." -Rousseau


Birdman es espectacular. No en el sentido que un público masivo espera. Espectáculo interior. El Ego forjado a base de éxito, fama y dinero en conflicto frenético con el ser crítico, artístico y más o menos sensible, hasta el punto de ser víctima -y verdugo- del delirio, alucinaciones y otra suerte de peliagudos procesos mentales, aliñado por el aterrador vacío de quienes saboreando las mieles del éxito profesional -a veces involuntario- olvidan una necesidad básica más allá de la fama y el dinero. El tiempo, la inseguridad personal y la autoexigencia del personaje acentúa el estrés que permite quizá si la aceptación, pero no la reconciliación con una realidad apabullante.

El teatro/laberinto, las atestadas calles de un Broadway asfixiante, y la suave y obsesiva insistencia con que la cámara revolotea alrededor del protagonista revelan la fragilidad y vulnerabilidad de un acertadísimo Keaton cuya extenuación ante el inminente estreno de su propia obra teatral, tras años de olvido traspasa la pantalla para hacerse un hueco entre la lista de cavilaciones semanales o vitales de más de un espectador.

Homenaje al polvo de estrellas que resulta en algún momento de la vida interpretativa de muchos actores esa cacharrería de Hollywood; el cielo y el infierno para individuos cuyo presunto sueño sorbe su alma con el pretexto de hacerlo inmortal. Una historia vieja, triste y universal.

Una lógica y necesaria reivindicación maniobrada con desconcertante armonía técnica, interpretativa y musical, cuya reflexión trastornada y pantanosa avanza a golpe de constante y violenta batería y platillo, signos que recrean a  la perfección el estado de ansiedad y angustia del histriónico y siempre sobresaliente Keaton. Los signos del arte que sobrevuela el drama humano ante extasiados aplausos de satisfacción - innecesaria e impostada sonrisa final incluida-.


9 de enero de 2015

Je suis Charlie


 Diario de Rorschach: "Hoy ha muerto un comediante"

Hoy quería dedicarle a un famoso director de cine norteamericano unas palabras por su sorprendente, agradable e inesperada nueva película. Tambien me apetecía lanzar algún apunte sobre uno de los poetas españoles más interesantes del pasado siglo y en pos del corta y pega añadir alguna muestra de su talento sórdido y olvidado. Pero el mundo libre -si, libre y civilizado- se ha encontrado con una muestra repugnante y execrable de la barbarie que la acecha sin descanso.

Charlie Hebdo, una publicación fruto de aquel mayo del 68, nunca ha parecido mostrar ni respeto ni simpatía por ningún tipo de poder, religión o persona. Izquierdismo jocoso, mordaz e iconoclasta con la capacidad de libertad, que abandera entre otros derechos y obligaciones nuestro sistema, es hoy el mejor y mayor símbolo de represantación de nuestro rol global.

Resulta innegable el problema con que se enfrenta Occidente, o sea, todos nosotros, amanezca o no algún suelo lleno de sangre. El extremismo islámico, es un violentísimo totalitarismo dogmático en auge, entre teocrático, militar y táctico, que no concibe el mundo más allá de su visión medievalesca y salvaje, con un propósito firme y sin fisuras: acabar con nosotros, "infieles" occidentales. Nuestras sociedades, abiertas y democráticas -todo es mejorable- es permeable a esa capacidad para el horror de la que es capaz una religión incapaz de asumir los cambios necesarios. Adecuar al tiempo presente su forma de espiritualidad es asignatura pendiente de muchos países islámicos, empezando por la separación del Estado de cualquier tipo de poder religioso. 

Espero, como ciudadano, que se tomen las medidas oportunas. Que dejen de balbucear los políticos -demasiado ocupados en el bandolerismo y la estrategia bancaria- y de dudar qué hacer cuando una panda de descerebrados hijos de puta son capaces de actos tan viles y miserables sin temblarles el pulso lo más mínimo. 

El asesinato de estas doce personas, pretende, más allá de la mezquina venganza concreta contra quienes se mofaron de su deidad, la imposición del silencio, de la obediencia, de la doblegación, de la humillación y de la sumisión a través del terror y en defensa de una ley religiosa que atenta contra la dignidad del individuo y los principios de toda sociedad razonablemente avanzada.

Tras los atentados perpetrados en Nueva York, Madrid o Londres, todavía se alzaban voces contra aquellos presidentes a los que les tocó el marrón, como cabezas de turco que de alguna manera catalizaban esa duda existencial que acompaña a quienes se han educado en un entorno favorable a los derechos humanos. Aquellas protestas, legítimas aunque poco respetables, ponían en evidencia las debilidades de nuestras naciones. ¿Quizá estaban dispuestos a ofrecer la otra mejilla? Creo más bien que se trataba de un impulso noble contra una acción militar  cualquiera, pero que en esencia significaba varios pasos atrás frente al dogmatismo criminal, que tomaba nota de nuestros puntos flacos.

El terror se alimenta mostrando al mundo las cabezas cortadas de nuestros hermanos occidentales. Hombres libres arrancados de la vida mientras  las audiencias acuden a su catálogo de relativismos y complejo de culpa cuyo principal denominador común es una educación en esencia nefasta. A lo largo de toda nuestra historia, la oscuridad siempre ha batallado por mantenerse totalitaria y regidora de los destinos del hombre esclavizado por su propia ignorancia y hoy infectado de corrección política y buenismo hasta dar asco. Leo desde los sectores más estúpidos de la diplomacia babosa que se trata de un inaceptable atentado contra la libertad de expresión. No se si reir o llorar. Ni de expresión, ni de impresión; aquí lo que está en juego es la vida en libertad. Lo que se exprese o se imprima, si va en esa línea, no le importará a nadie porque no valdrá ni para limpiarle el culo al mismísimo Alá.

Sería otro asunto hablar de la línea editorial que sigue la publicación, cuyas representaciones se zambullen directamente en la provocación y el mal gusto elevado a la categoría periodística, algo que mientras por un lado no les debería convertir en blanco de la mafia teocrática islamista, si invita a la reflexión sobre lo que se debe o se puede, al margen de lo zumbados y lobotomizados que estén los guerreros de Alá. Es una cuestión -tema aparte- de eso que hoy se usa para calzar las mesas y las sillas en la mayoría de líneas editoriales, ética profesional, hasta hace poco órgano hepático del género venido a foie gras.

Me gustaría equivocarme, pero con tanto gilipollas, dudo que esto acabe bien. Es posible que en Occidente lo seamos todos un poco. Pero incluso por ello, merece la pena pelear, conscientes de que nuestra victoria no es solo la de la libertad de expresión, si no la de los valores, la ética y una capacidad de crítica real, y no solo paródica o caricaturesca, con la que educar y no tergiversar o confundir a una población tremendamente torpe y blanda. Con ello no conseguiremos hacer un mundo mejor, pero tampoco peor.




19 de noviembre de 2014

Interstellar

Hasta hace unos días, no era capaz de identificar la cara de Christopher Nolan en una foto a no ser que un pie de foto me indicase su nombre. Hoy no es que la cosa haya cambiado demasiado, pero me he dado cuenta de lo que este hombre significa para un ejército de adolescentes irredentos y un subgrupo de seguidores fieles capaces de identificarse con las propuestas de los hermanos Nolan y al tiempo con los personajes poco fascinantes de Big Bang Theory. Christopher director y Jonathan guionista, son artífices de un cine tan posmoderno como entretenido, el cebo perfecto para una generación desencantada,  asombrada con los simpáticos antihéroes que nos muestran en sus historias.

Practica y tecnicamente perfecta, Interstellar hace uso de la imagineria kubrickiana principalmente para retar al espectador con el siempre atractivo viaje a lo desconocido, con intenciones ciertamente heróicas y exceso de emociones, siendo estos dos últimos, elementos con los que el  director de la inigualable 2001, apenas mostraba  interés más allá de lo anecdótico a lo largo de su filmografía.

Con todo en contra aqui en la Tierra, un grupo de científicos liderados por Matthew McConaughey, -un nuevo Cruise ha nacido- son enviados a los confines del universo con el objeto de localizar planetas donde sea posible la habitabilidad y supervivencia de la raza humana. Las dificultades científicas, físicas y técnicas son minimizadas y cuestiones derivadas de la capacidad emocional humana van marcando el ritmo de la película que se mueve entre una asumida ciencia ficción -no tan ficción- y el drama filosófico más clásico. El afán por la supervivencia, y la fé en la capacidades del ser humano, hacen superar según Nolan, las adversidades que suponen los años luz, la relatividad - que no relativismo-, los agujeros negros, tuneles de gusano y demás complejidades físicas. En su contra, todo ese excesivo tejido dramático que de alguna manera empapa las historia de los Nolan y le confieren a su cine ese toque blandengue que tanto daño le hace, cristaliza en que solo hay algo peor que ver a Michael Caine gimotear en alguno de los shakesperianos  Dark Knight, y es volverle a ver haciéndolo de nuevo en Interestellar. Si Interstellar fuese obra de Spielberg, probablemente no habría motivo para tanta euforia.

El verdadero fenómeno que está aconteciendo no es la película en sí, si no la puerta que vuelve a abrir Nolan después de Tarkovski, Kubrick... con un lenguaje renovado, comprensible y en resúmen  cada vez un poco más vulgar, pero capaz de divulgar, entretener y hacer pensar al menos más allá de nuestro ombligo. Al margen de sus aciertos, fallos y demás discusiones científicas,  la película, lejos de ser el acontecimiento que los devotos de Nolan presúmen, es recomendable, mantiene en tensión durante buena parte del metraje, siempre con la ayuda de un Zimmer en estado de gracia, cuando no del acertadísimo silencio voraz que habita el espacio exterior.

Los finales que van adornando los últimos minutos de la cinta, parecen las guindas que Nolan coloca cuidadoso, milimétrico y sabedor que sus cientos de miles de apóstoles le examinan con lupa. Pero más allá de un público que se bebería hasta su última gota de sudor, Nolan coloca esas guindas ante todo convencido y gustoso, por que este hombre, que no es perfecto, es un perfeccionista adorador de los pasteles totémicos algo pretenciosos y las guindas bien puestas. Le queda mucho por hacer. Como a todos.

"Si algo puede ourrir, ocurrirá."




8 de noviembre de 2014

Coherence

Y por fin, surgió la oportunidad de ir a ver Coherence. Uno de esos estrenos milagro, por los que deberíamos dar las gracias a la deidad responsable de que todavía se puedan exhibir en circuitos más o menos comerciales títulos como éste.


Coherence hilvana un inquietante relato sobre los universos, realidades y dimensiones paralelas, sostenido todo ello por la siempre ingeniosa, teórica y muy literaria física cuántica. Fascinante aprovechamiento de un presupuesto si es que lo tuvo, que da veracidad y sentido a un delicado guión cuyas divagaciones me recordaban a las entretenidísimas películas de Monsieur Poirot, con colmadas dosis de metafísica todo lo bien explicadas que se puede, aunque el todoterreno detective de Agatha Christie nos hubiera dado una explicación más sesuda y certera.


Más que un acierto, una imperante necesidad, pero acierto igualmente no andarse por las ramas de lo colateral y accesorio, y centrar la trama en apenas un único espacio repleto de individuos que se conocen entre si, aunque al mismo tiempo no dejen de ser perfectos desconocidos, acuciados por un fenómeno físico de dificil entendimiento. Al menos, a mi la cabeza no me da. Sin el pretexto cósmico, las complejas teorías físicas y un poco de acento mexicano la cinta podría ser deudora del gran Buñuel, más cerca del absurdo que de aquel surrealismo que tanto le costaba comprender. Pero hoy todo tiene una explicación. La explicación hoy, es el final feliz de ayer.

Las reacciones ante lo aparentemente inexplicable son desencadenantes del modelo de ansiedad que rige a día de hoy las vidas de millones de personas que habíamos sido colmadas de la tranquilidad de un sistema conocido y estable. Naturalmente, y al hilo de aquello que decía Hitchcock, hasta la existencia más plácida tiene su reverso tenebroso, y la otra verdad no tarda en hacer de las suyas, como apunta la agenda del destino, quizá confabulado con el azar. De repente todo se vuelve negro y la tranquilidad de aquel sueño anestésico desaparece, abriendo las puertas a cualquier comerciante de esperanzas y modelos sociales de pesadilla, cuyo descaro, además de oportunísimo, es proporcional al clima hartazgo y manifiesta ignorancia que en caliente suele mostrar una sociedad noqueada y cuyo reloj de la paciencia hace rato agotó el último grano de arena.

Vivimos en un mundo en que la cultura del sufrimiento basicamente ha desparecido, y esperamos que nuestra vida sea plácida y tranquila, como un conjunto residencial en Bohadilla del Monte, cuando en realidad está más cerca de Twin Peaks. Pero el mundo no es así, ni el conocido, ni el desconocido. Afrontémoslo y desaparecerá la neurosis colectiva que parece afectar a una población desencantada y con síntomas de enfermedad mental leve pero imparable. Demostración de ello es al abatimiento generalizado y falso sentimiento de euforia al creer ser escuchados por una formación política de corte demagógico cuyo propósito es sencillamente tumbar el sistema sobre el que se asienta nuestra joven democracia.

La diferencia estriba en que estos podemonios prometen cumplir el sueño de quienes prefieren delegar su vida en  un todopoderoso Estado diseñado por las emergentes fuerzas malvas de la postdemocracia. Embaucadores con un propósito claro, aunque sus explicaciones sean tibias para no asustar a un individuo exhausto de malas noticias y peores expectativas. Las recetas del poder entran mucho mejor que las del deber. Muchos se rinden, otros simplemente acoplan sin darse cuenta un mensaje día tras día, que aprovecha ese estado de bloqueo, agotamiento e impotencia y sugiriendo que la voluntad popular tiene el mismo valor que la voluntad de la neurosis.

Ayer el Ebola ponía en evidencia cierta naturaleza humana, al considerar que al religioso infectado del virus, no debió haber sido repatriado. Cuando el mundo nos enseña sus dientes, echamos balones fuera y el paisano medio, el hijoputa estándar surgido de la masa madre neurótica e hipersexualizada, con su ideario rebosante de principios sociales y valores humanos progresistas  no dudaría en dejarle tirado a merced de la soledad terminal, sin derecho a la piedad y la atención médica que a él nadie le negaría. Su boca se llena de inoportunas necedades y escupitajos reivindicativos, mientras los pulmones de aquel se inundan de sangre virulenta. Como si la muerte mereciese más la vida del que se la jugó en Sierra Leona, que del que participa desde la comodidad de su vida muelle con sobresaltos de chaise longe, en ritos asamblearios, y demás futuras semillas parasitarias, alentadas desde el averno mediático ni intersante ni divertido.

Que no se engañe nadie, lo único que moviliza a la población es el miedo. En este caso, miedo a la injusticia. No a que exista, si no a que nos toque a nosotros. Las imposturas morales y poco sutiles de esta suciedad podemoñosa de corte fascistoide, dejan al descubierto que si una vida no importa, menos aún un sistema institucional con posibilidad de recuperación. Propagan el miedo y la ruina, en lugar de inculcar principios éticos y valores ejemplares, único camino para una sociedad justa, y no equitativamente injusta.

Coherencia o decoherencia de hombre y mujeres desbordados de neurosis por desentramar el aparente absurdo de sus vidas. A cualquier precio??



24 de octubre de 2014

Utopía

 

Utopía: Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación.
Distopía: Sin definición en la RAE

Lo quiero entender bien. España se deja llevar por sus audiencias, tejiendo una programación a medida de los gustos y preferencias -tirando a chuscos- de la mayoria. Respetables? Sin duda. Que lo vea el que quiera, o el que pueda. Yo, necesito un cubo cerca.

Por otro lado, los mismos formatos en otros países de la Unión, se aproximan certeros a aquel objetivo primero que arropó por unos instantes al primer Gran Hermano español allá por el siglo pasado. El reality patrio contó con un padrino de lujo, más bien como protector intelectual que justificaba un formato tan novedoso y posiblemente polémico, que la general y engarzada visión católica española consideraría obsceno. Juicios al margen, lo destacable que reseñaba Gustavo Bueno, era precisamente eso; los concursantes mostraban alejarse de la concepción protestante del individuo europeo donde el programa ya había dado sus primeros resultados, de acuerdo con sus respectivos pilares culturales, algo que al parecer la cadena responsable, telecinco, trató de ocultar por un tiempo. 

El experimento no salía como ellos pretendían, al agruparse los participantes y decidir que aquel premio gordo se destinaría a ayudar a la hija discapacitada de uno de los concursantes. El objetivo estaba claro; el dinero pasó a ser un argumento secundario dándole mayor importancia a las relaciones interpersonales. Telecinco tomó conciencia, de la situación y el resto ya es historia. Dentro del amplio y oloroso espectro de la telebasura, se mueve el Gran Hermano español, orgulloso de sus concursantes, que no hacen sino ser tal y como ellos son. Como la España que los parió. Sedientos de sus quince minutos de popularidad. Algunos luchan como bestias fascinadas por los destellos de unos focos que son los del infierno yy por estrechar manos sudadas de afecto pueril.

Cuando he tenido oportunidad de charlar sobre el tema, el debate se resume al pez que se muerde la cola, y me imagino a una merluza o a un besugo en la actitud, y llego a la conclusión de que esa intensa -quizá entrenida como lo es para el perro, aunque no viene al caso hablar de rabos- actividad del animal denota cierta estupidez. Muy similar a la de los espectadores besugos, o incluso a quienes maquinan parrilladas televisivas, calculando cuotas de audiencia y demás datos pagados. Detrás de eso, no hay nada. Cutrerío y horterada como seña de identidad que lideran opiniones con criterios aquejados de carencias vitamínicas. Fue Jiménez Losantos, responsable de un resúmen semanal en El Mundo sobre lo que acontecía en la famosa casa de Guadalix de la Sierra. Losantos comenzó su tarea a regañadientes cuando pasado un tiempo afirmó preferir el 24 horas de GH, que ver CNN+. Para quienes no frecuenten sus emisiones, y prefieran el linchamiento, ruego terminen el artículo y en comentarios, dejen una impresión, aunque sea medio decente.

Pues bien, todo venía por el estreno en Holanda de un nuevo reality, de nombre Utopía. Comenzó a principios del 2014, y el sugerente título, que vuelve a las andadas del terrorismo sociológico con la siguiente puesta en escena; como siempre, los concursantes de turno, en este caso deslocalizados del centro urbano, incomunicados, y -aqui viene lo interesante- con el objeto de consolidar una nueva sociedad, edificar la convivencia a partir de unas normas que ellos mismos tendrán que crear, durante un año. Así abría bocado la audiencia, con esta excitante campaña publicitaria:  

“Sin previas estructuras de poder y recursos limitados, estos pioneros se enfrentarán al desafío de reescribir las reglas. ¿Escogerán democracia o dictadura? ¿Fidelidad o amor libre? ¿Castigarán o perdonarán? ¿Elegirán religión o racionalismo? ¿Compartirán con los otros o acapararán para ellos mismos? ¿Qué conflictos surgirán, qué líderes se afirmarán?”.

Con premio de por medio y con las habituales expulsiones del formato, la utopía nos revelará la necesidad de vivir explotados y en guerra. Por exceso, la distopía pone contra las cuerdas  toda esa acumulación de frustraciones, crimen y conspiraciones en la que el mundo vive desde que el hombre se siente inseguro, desprotegido y con el azar casi como único arma. Y la televisión. Para qué perseguir una utopía si la podemos ver por la tele mientras suponemos que habría sucedido si la guerra contra los franceses la hubiese ganado le petit cabrón.

Por suerte o por desgracia, de llegar a España, lo que ha desbordará son los programas rosa que se alimentan paradojicamente de la mierda, primer y único plato que parece degustar una exquisita audiencia atiborrada de malas noticias y redes sociales, que reivindica  al tiempo que enciende el televisor como evasión. Pretendemos rebelarnos contra un supuesto sistema demoníaco, pero seguimos asistiendo a los mismos medios ponzoñosos a través de los que unicamente se alimenta la necendad. Algo parece fallar, decimos, cuando en realidad todo es coherente y lógico como la misma locura.



22 de octubre de 2014

Festival de series 2014

Lanza Canal + Series como cada año su órdago como plataforma de representación y empuje al panorama serial  y a sus múltiples y sobreexcitados seguidores en el Festival de Series y que tuvo como fondo el mítico cine Proyecciones. Tuve el honor de acompañar a una figura entendida -no confundir con aficionado- en la materia, cuyas intervenciones me hacen comprender y reestructurar con acierto algunas de mis equivocadas y escoradas hacia el sarcasmo opiniones sobre el tema. Para no perderse por el abotargado universo de las series, o para todo lo contrario: www.conejitozombie.com

Tres días de Festival en que se dan la mano producciones de toda clase, así como personas, personajes y demás experimentos más cósmicos que cómicos. Productos consolidados por lo atrevido de la propuesta, por la calidad y claridad de su ejecución, y en otros casos por que existe una audiencia desbordada de tiempo libre y neuronas ociosas que recurre a la televisión para evitar el pensamiento crítico y otros asuntos jodidos mientras los chicos de pablemos planifican sus futuras vidas. Se agradecía desde un principio que el festival fuese monotema y ninguna estructura política o empresarial  metiese sus zarpas en tiempos de precampañas y mamoneos ideologizantes con la siempre perversa capa del patrocinio desinteresado. Quizá me pase de ingenuo, pero el eslogan del Festival era suficiente; "Después del Homo Sapiens llega el Homoseries". La tabla cronológica de la humanidad rota en mil pedazos. Punto para Sartori.

El valor del poder audiovisual es, como lo ha sido siempre, ilimitado. Nada como la imagen en movimiento, a través de cine, series, documentales y demás para influir en el pensamiento de un individuo cuya seña generacional es el elemento audiovisual. No hay un mal producto por estúpido y redundante que se vuelva su idea si obtiene la audiencia deseada, y un ejemplo de ello puede ser la aplaudida muy premiada Modern Family. Una audiencia con supuesta capacidad subjetiva, anhelos y deseos de ascensión a través del irreal? mundo de la televisión. El trabajo está hecho. Blade Runner tuvo capacidad de influir en casi todos los ámbitos de la cultura, desde fotografía, arquitectura, pasando por el mundo de la moda, la música y el pensamiento. También lo haría Matrix tiempo despues a pesar de sus excesos, sus defectos y gafas de sol un poco horteras, donde el inexpresivo rostro de Keanu Reeves se disimulaba con el gesto serio de todos sus compañeros, como si no les estuvieran pagando por el trabajo.

El objetivo es mantener la cuota de fidelidad en un ambiente jovial, desenfadado y ciertamente divertido. Cervecita y estupendos medios Gintonics para amenizar la velada entre proyecciones, animadas charlas con desconocidos o huidas de puestas en escena como la que proponían los chicos de Venga Monjas

Me decanto por otro tipo de iconoclastia, cuyos exponentes se localizan en un pueblo llamado South Park,  o en cualquier parte del universo que es donde transcurren las bizarras y divertidísimas aventuras de Rick & Morty, serie de animación para niños adultos con predilección por el antihéroe -en este caso hombre de ciencia- en una original vuelta de tuerca al carismático y heterodoxo científico  de Regreso al futuro -inolvidable y grimoso Christopher Lloyd-, repleto de guiños a todo material susceptible de las etiquetas ciencia ficción, terror, y serie B. O sea, Futurama sin la finura de espíritu de Gröening, y más hardcore.


Resultó sorprendente el trabajo de Ignatius Farray en  El fin de la comedia, título que se mueve entre El rey de la comedia de Scorsese y Viaje al fin de la noche de Celine y vista en otras ocasiones como la vida, obra y miserias del cómico. El hombre que por diversas razones entrega su vida a hacer reír a los demás, recreando su propia verdad del mundo y transmitiéndola con bastante acierto. A través de sus conjeturas, anécdotas rutinas, vemos al cómico vivir y morir constantemente, tratando a través de sus necesidades de explicarse a sí mismo como lo haría un Woody Allen malasañero y con un punto de troll. De lo más recomendable.




 

American Horror Story: The Freak Show, para terminar rindiendo homenaje a la estupenda Jessica Lange, actriz revelación para las nuevas generaciones y cuya trayectoria cinematográfica en los ochenta y noventa la condujo hacia un éxito amparado sobre todo en su sensual belleza. En esta cuarta temporada de siniestros relatos, Lange aborda un perfil con personalísimos matices, algo que solo puede ser obra de un mitómano, ya que no son adornos excéntricos sino plena y madura construcción de personajes para la que será según palabras de la propia actriz, su última temporada. Esbozo a modo de Historias de la cripta con mayor presupuesto, de una norteamérica dueña del mundo y orgullosa de todos sus valores y principios que se declaren contrarios al horror. Bajo esa sombra de sueño americano post parto se cierne otra sombra con las formas caprichosas de la naturaleza a mayor gloria de Tod Browning y su inmortal Freaks. Cada sombra que se cruza se vuelve fatalidad con las hechuras de una Dietrich descarrilada o la sádica sonrisa de un payaso buscando amigos con los que jugar. Música de Trent Reznor y una intro que hará las delicias de los Burtonianos más granujientos.

 Y finalizó el Festival de series 2014 con una apuesta por la que se consideraba la mejor serie actualmente en emisión. Como todo apuntaba que Sánchez Dragó declinaría la oferta de presentar el concurso, cerré los ojos mientras imaginaba un debate entre el Honorato de Javier Gurruchaga, Maria José Cantudo y la mona Chita. La vencedora, Arrow. Bravo Fräulein Mars. Gracias D.


Sailors fighting in the dance hall
Oh man! look at those cavemen go
It's the freakiest show



9 de octubre de 2014

Y el hombre más buscado es...


...Seymour Hoffman sin ninguna duda. Él es el auténtico reclamo de esta cinta que adapta al célebre novelista inglés John Le Carré en uno de sus últimos trabajos por el equívoco mundo del espionaje, aunque en este caso la trama queda desprovista de ese eterno encanto que la Guerra Fría procuraba al relato, al deslocalizar el legendario conflicto y traerlo a tiempos, escenarios y acciones más reconocibles y probablemente innecesarios.

El hombre más buscado (A most wanted man, 2014), carece en parte de la sensibilidad noir de la que están plagados infinidad de títulos memorables como Cortina rasgada, Con la muerte en los talones, Las sandalias del pescador entre otras, que, a excepción de Teléfono Rojo, cuya atemporal y sarcástica visión de los acontecimientos le hace merecedor de ser el título que confirme la regla, se regían por aquel patrón fordiano con vuelta de tuerca, basado en hombres buenos y malos y viceversa, con el consiguiente juego de engaños propio del género. Aún así, la película de Anton Corbijn, hace pasar un buen rato sin aburrir casi en ningún momento.

Los espías, como los actores juegan a ese engaño tan provechoso, por lo que para cualquier actor reseñable el trabajo está medio hecho. Una  partida de ajedrez que hace relajarse a los grandes jugadores/actores y  brillar a los medianos. Incluso aquel Russel Crowe, dejó de parecer el proteico héroe al que acostumbra dentro y fuera de la pantalla, para adentrarse en la espiral esquizofrénica con que Una mente maravillosa homenajeaba el periodo en que los USA caía víctima paranoica en su lucha contra el orden comunista.

Aunque espías como las meigas, haylos, ha sido el periodo conocido como Guerra Fría el que inspiró a una generación que aprovechó para complementarse y dignificar el popular género detectivesco, a través de una historia que busca reacciones mayores con naciones enfrentadas y la seguridad ciudadana a gran escala en peligro. Coincidió este periodo con una manera de hacer cine más a la medida de sus necesidades. Quizá 007 sea el que se actualiza con más acierto manteniendo al arquetipo Bond casi intacto, a pesar de Craig y su incontrolable y en ocasiones irresistible testosterona. De Bourne y sus cosas no voy a pasar ni de puntillas.

Mención aparte la doble lectura que se hace sobre las películas de ciencia ficción americana y japonesa de los 50 y 60, en las que invasiones marcianas, o apariciones de grotescos montruos imposibles del fondo del mar alimentaba la propaganda anticomunista y el miedo a un ataque nuclear, honrado todo ello por la obra magna de Moore y Gibbons en Watchmen, y cuya adaptación al cine en 2009 se saldó con críticas de tan escasas miras.

Corbijn, rescata algunos recursos de aquellos filmes, tratando a duras penas de que los sentimientos fluyan al servicio de una historia de espías, cuyo valor real reside en las más que eficaces interpretaciones de un reparto intenso, al que propondría como casting fundamental para una futura versión de Falcón Crest.

La película avanza taciturna y escrupulosamente flemática, como su protagonista, un desencantado y aparentemente desaliñado Hoffman, -cuya peor interpretación, siempre será una de las mejores- que economiza todo esfuerzo en un objetivo demasiado humano para un mundo de tan sucia traza como en el que se desenvuelve. Hoffman en shock -yo también por unos minutos- y Hoist that rag de Waits para los afectados.


3 de octubre de 2014

El planeta salvaje

En más de una ocasión se nos antoja al calor de unos coktails y en el placer de la conversación, algún tema elevado de carácter pedante y embriagador. La aureola de superioridad intelectual con que el individuo expone sus argumentos contra la pena de muerte por ejemplo, tiene la peculiar quietud de un mar vaciado de agua y peces, pero lleno sangre y huesos con porciones de carne rancia adherida todavía a ellos. El inmenso coral de Manolo Escobar, son hoy miles de millones de calaveras que sonríen sardónicos con mirada sorprendida como diciendo: "Ahí os quedáis monstruos." 

Durante la década de los treinta, mientras el mundo recibía las noticias -no a tiempo real- del hundimiento de la bolsa americana y sus desgraciadas consecuencias, la China revolucionaria asesinaba en regiones casi inhóspitas de su geografía a cientos de miles de personas como preámbulo de un plan revolucionario. Aprovechando un enigmático y recóndito paraje, antes incluso de que aquel aprendiz de carnicero Mao comenzase sus pinitos en esto de la carne amarilla, se fundaba uno de los primeros Soviets chinos que decretaba crueles leyes anti-contrarevolucionarias -toma ya- cuyo incumplimiento o menor atisbo de anti-contra, las autoridades del Soviet premiaban con linchamientos, descuartizamientos, e insufribles torturas chinas siguiendo con una milenaria tradición imperial. Todo ello en un lugar concurrido con espléndidas vistas para todos los públicos. Traigan a sus chiniños, por que las clases acaban de empezar.

El responsable de aquellas sangrientas matanzas, un tal cabrón P’eng P’ai fue fusilado por las fuerzas nacionalistas que también combatía Mao. Despues vendría lo duro, y resumiendo, hasta hoy. Suponiendo que lo esté, China lleva relativamente poco o muy poco tiempo abierta al mundo, el tiempo necesario que ha necesitado el mundo para saber de qué va aquello. Tiempo suficiente para tener la certeza de que el cielo también está atiborrado de chinos.

 Hong Kong parece haberse reinfectado de ese virus de las democracias y protesta bajo miles de paraguas anti bombas de gas por que el Gran Hermano Chino quiere apretar la correa. Me recuerda "El planeta salvaje" (Le Planet sauvage, 1960), un planteamiento parecido con toque de psicodelia sesentera añadido. Aquel planeta salvaje estaba habitado por una raza de azuladas criaturas inteligentísimas y  adoptaba humanos como mascotas, practicándoles el mas perverso y sádico sentimiento maternal, y privándoles de su libertad por encima de todo. El surrealismo sucio, el humor negro el punto psicodélico francés y los dibujos de Topor  la convierten en una película imprescindible junto algunas de las obras distópicas más representativas del S.XX.

Volviendo al tema, veremos que aquella dicotomia de un país, dos sistemas no cuadra con las expectativas del todopoderoso control del PCCh sobre mil millones de chinos a los que no desean correteando por las calles poniendo en duda lo afilado de su hoz o la dureza de su martillo. Como en Tiananmen, correran rios de tinta sobre los ríos de sangre que fluyen rabiosos e inexactos por las cloacas del gigante asiático. Sangre desbordada de cientos de generaciones que educadamente clama por la libertad, mientras en el resto del mundo, la libertad naufraga.

¿Dejará de llover en China, o simplemente se cerrarán los paraguas para dejar que el aguacero enardecido caíga con más fuerza sobre sus cabezas?

26 de septiembre de 2014

Vampiros sapo, un chef, Charlton Heston y un jinete sin cabeza

Apareció en algún momento del agosto pasado "#Chef" (Chef, 2014), uno de esos proyectos ilusionados e ilusionantes, lleno hasta los topes de mensajes y valores positivos sin caer en el exceso sentimental de la peor calaña, algo a lo que suele acostumbrar el género. Jon Favreau, el artífice de la suculenta cinta, escribe, dirige y protagoniza una historia de superación, evolución y adaptación donde lo personal y lo profesional, lo cinematográfico y gastronómico, se funden como la mezcla de quesos de su extraordinario sandwich.

 Otra agradable sorpresa fue la adaptación televisiva del célebre relato romántico de Washington Irving, "Sleepy Hollow", cuya primera temporada engullí sin ningún tipo de reparo, acertada recomendación de www.conejitozombie.com. Los míticos personajes se acoplan sin complejos a la actualidad, aportando superstición y fantasía pura y dura a una trama en principio de tintes policiales, resultando un producto de entretenimiento con brochazos -a veces acertadísimas pinceladas- de creencias populares, folclore satánico y brujería.

Por un sendero muy parecido irrumpió "The Strain" intento de refundación del género vampírico traído también hasta nuestros días de la mano de Guillermo del Toro, aprovechando la pasión desatada por el género Z, y su éxito en los diferentes formatos de entretenimiento. La serie ofrece un detallado desarrollo de los acontecimientos previos a lo que se intuye como una de esas pandemias que estimulan un singular interés y apetencia por el sistema circulario del prójimo. Goza de puntos positivos siempre que se abstenga de caer en el aburridisimo manierismo zombie, y no trate de convertirlo en excusa para hacernos tragar una vez más que estupidez y nobleza son inherentes al humanoide cuando el mundo se encuentra, como el espectador medio, al límite del empacho.

Y para terminar con tan poco inspirado y autoimpuesto articulo, reivindicar un título tan apropiado para el verano como los polvorones de almendra. "Ben-Hur" de 1959, mítico título del género épico recordado sobre todo por aquella escalofriante carrera de cuádrigas y los doce oscars que le birló a la academia. Amor, amistad, odio y venganza, se encierran con sus protagonistas durante más de tres horas en una fatídica historia de dos amigos de infancia enfrentados, y cuya enemistad además de adquirir tintes freudianos, personaliza el conflicto entre Roma y los habitantes de Judea, pueblo conquistado y cruelmente gobernado. El componente religioso apenas llega a los veinte minutos de metraje, pero al final de la película la cosa de desborda, cerrando con broche cristiano, mensaje de perdón, amor y espectaculares planos un título que pasó a formar parte del Registro Nacional de Cine en USA junto con aproxidamante escasos seiscientos documentos audiovisuales más. Entre ellos, "Toro Salvaje" (Raging Bull, 1980) y "Fargo" (Fargo, 1996).

Charlton Heston habría sido un excelente Ichabod Crane.
Heston, instantes despues de aterrizar en la luna de la serie B