29 de septiembre de 2011

Rock´n Roll Attitude



Loquillo canta los pletóricos poemas del siempre excepcional Luis Alberto de Cuenca, en clave -como no podía ser de otra manera- de su sorpresivo rock. Gran noticia y mejor disco.

26 de septiembre de 2011

Carnage o el Dios cruel de Polanski

Lobotomía nacionalsocialista

Hoy ha tenido lugar en Barcelona, la que puede considerarse última y sensacional corrida de toros en su abarrotadísima hermosa e histórica Monumental. Se abre aquí otro capítulo sobre los efectos del nacionalsocialismo en Cataluña, que pone fin a seis siglos de tan mediterránea tradición.

Los escasos y enclenques argumentos esgrimidos por tan ilustre "govern", vienen a ser los mismos que los agitados por los aspirantes a visionarios de un mundo "mejor", un mundo sin dolor, sin sufrimiento, y sin sangre. Podemos cambiar el dolor por el placer, el sufrimiento por la alegría, suponiendo que no busquen en ese camino hacia el mundo feliz, la supresión de los sentimientos inherentes al hombre. Aún quedaría el asunto de la sangre, ¿Por qué podemos cambiar la sangre?. Subvencionemos transfusiones de sangre por horchata.

Exactamente, no reconozco el valor de la prohibición como algo necesariamente positivo, ni como actitud constructiva. Si acaso, un ejemplo más de como poco a poco la maquinaria cíniconacionalista machaca aspectos culturales que demuestran por si mismos que la pluralidad y la variedad es posible desde una óptica que no es la política. Sectores que no necesitan de la intervención divina, ni del apoyo político de personajes tan infames y mediocres como pululan por muchos parlamentos de España. Politicastradores de la libertad de elección y de decisión, pedigüeños lloricas. Mártires aquejados de una enfermedad imaginaria. ¿De verdad piensan lo que dicen cuando afirman que el Estado Español les roba dinero a la ciudadanía catalana? A mí más bien me suena al peor discurso que se puede ofrecer a la población. En parte, por que hoy España roba el dinero catalán, mañana es posible que los españoles nos caractericemos por tener un determinado tipo de nariz o de fisionomía que no encaje con sus megalómanos sueños de pureza y perfección.

Parece encantarles la idea de apuntarse tantos en nombre de la corrección política, repollera y recursi, mientras, apoyados por un sector tan dogmático como limitado en sus falsos planteamientos de diversidad y pluralidad, olvidan para lo que el pueblo soberano les ha confiado la gestión de las funciones y organismos públicos. La gestión saludable de la cosa pública, y no su apropiación o interpretación personalista o paternalista, se traduciría en eficiencia y bienestar, frente al identitarismo obligatorio y excluyente en según que casos.

Puedo garantizar -no tengo por que hacerlo- que no es precisamente el sadismo lo que mueve a un buen entendido taurino a seguir con fervor y sensibilidad una corrida de toros. No es un asunto que pueda resumirse en una pancarta de 40x50cm, con frases sufflé. Tampoco creo que estén en condiciones de comprender quienes brindan por su prohibición. ¿Qué experimento de híbrido social es éste, que presume de sensibilidades cuando despedaza aquellas que no comparte? Demasiado Micky Mouse.

A quienes tantas prohibiciones vienen legislando, y tratan de instaurar un nuevo orden social bajo las premisas de la subordinación silenciosa y la aceptación de políticas que no hacen ningún honor al arte de gobernar,  y a los cuatro gatitos ruidosos que lo aplauden con las orejas, les pediría algo de sentido común y respeto por la libertad. Pero la de verdad, no la del manual del buenista, que es algo más corta en sus concepciones.

Aprovecho este pliegue virtual  para posicionarme en favor de políticos más competentes, menos prohibicionistas, menos entrometidos y menos amigos del populismo esclavizante y mediocre que por ejemplo, atrae el nacionalismo. Hoy es una parte fundamental de la tauromaquia. Mañana, quien sabe...

Qué plastas

[foto de la noticia]
La realización del cartel corrió por cuenta de Miquel Barceló

22 de septiembre de 2011

Colgado del árbol de la vida

Decía Orson Welles que para él resultaba indispensable que un espectáculo cinematográfico o teatral tuviese la capacidad de implicar al público asistente, agitándole los ánimos hasta el punto de afirmar sentirse muy feliz si había conseguido enfadar al respetable, agitar sus conciencias, o cuanto menos, trastocar el cómodo rol de simple espectador. Transformar el alma en definitiva, como resumía en alguna secuencia Woody Allen en su inmensa "Ballas sobre Broadway"

Con "El árbol de la vida", comprobamos que esa máxima de Welles, permanece latente, y de vez en cuando, irrumpen grandiosos y generosos ejemplos en un panorama cinematográfico desolador como nunca antes. Tal vez como nunca siempre.

Tras la muerte de Stanley Kubrick, muchos pensábamos que nunca podría volver a hablarse en estos términos, pero la última cinta de Malick es una de esas obras heroicas y abrumadoras, y en las que gracias al lenguaje cinematográfico, lo complejo se ablanda y lo sencillo se vuelve poesía, lirismo en estado puro que deja un extraño sabor a belleza sin abusar de maniqueísmos ni de los rosados estándares posmodernos que se empeñan en convertir el mal llamado género dramático en una braga de saldo.

Malick recapitula en lo que tiene toda la pinta de ser una obra autobiográfica diseccionando los recuerdos de un individuo derrotado psicológicamente,  evocando en su infancia un gran refugio, el de la verdad del principio existencial, y construye a partir de la pérdida de un ser querido y de la eterna complicada relación con el padre, un monumental collage de sensaciones, inquietudes y acontecimientos que van más allá de lo teológico, incluso de lo filosófico -aspectos en los que incide ampliamente-, para adentrarse por la brecha del alma en el orígen mismo del universo, de la vida, la evolución y  la moldeabilidad de la sustancia humana.

Un paralelismo constante en toda la película, que nos permite a través de imágenes casi plásticas y magistralmente yuxtapuestas, asomarnos a los confines del espacio y del tiempo, a ser testigos de la milimétrica precisión del azar, brutal desencadenante de todo lo humano y trascendental.  Lo natural y lo divino.

En sus más de dos imponentes horas, la película no se anda por las tibias ramas del nihilismo cool, ni nos bombardea con cañonazos de neurosis barata, cosa que se agradece, si no que hunde sus manos en las entrañas mismas de nuestra psique, buscando certero la luz entre las sombras, el inconsciente propio y colectivo, con algo que contarnos. Con algo que ofrecernos. Algo de de gran valor y que es constante y minuciosamente olvidado.  Enfrente, la sobrealimentada y próspera gallina con sus dos tetas hermanas: frivolidad y estupidez. ¿Verdad señores publicistas?

Incluso para aquellos que como un incesante y molesto goteo abandonaban la sala, asustados, aturdidos o decepcionados, -quiero pensar lo primero-,  la película podría haber tenido su importancia, aunque solo hubiese sido por el soundtrack.

Según uno de sus protagonistas en rueda de prensa, comentó que el resultado no hace honor al guión. Muy probablemente tenga razón, pero como desconocedor del guión original y como espectador, puedo decir ciertamente más que satisfecho, de haber quedado tras la proyección feliz y noqueado en proporciones extraordinarias.

Emocionante, conmovedor y lúcido viaje a un lugar todavía desconocido y sobrecogedor. Tanto que acojona solo pensarlo.