13 de marzo de 2014

La Venus de las pieles inspira a Polanski

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Se abrió con "Un Dios cruel" un nuevo ciclo en la filmografía de Roman Polanski. Un solo escenario, pocos personajes y un objetivo principal, desenmarañar a través del lenguaje y reveses psicológicos alguna agria realidad -simple realidad-, tapizada normalmente de descabellados convencionalismos e hipócritas normas sociales, aunque solo sea por poner el dedo en la llaga, o subrayar perspectivas psicológicas poco habituales, que siempre se agradece. Una constante en su filmografía, a la que ha dotado de cierta actualidad para mostrarnos con la eficacia de siempre y desde su particular piedra filosofal del absurdo, lo disparatado e irracional del ser, sobre todo cuando nos ponemos lógicos.

Su cine está plagado de icónicas parejas antítesis de si mismos, o de individuos desdoblados, que irán desvelando su locura al mundo, normalmente recluidos en algún espacio cerrado y claustrofóbico como metáfora de su propia mente. Los espacios cerrados, decía Beckett dejan en evidencia los más delirantes conflictos, y son escenarios perfectos para el desarrollo de algún transtorno mental de los que suelen padecer sus protagonistas. El proceso de descomposición de la mente, como reacción al entorno que nos hemos proporcionado. Un acceso de salida al verdadero vacío de la razón. En la denominada "trilogía de las habitaciones", Polanski retrata magistralmente esa angustia del individuo mediante cámaras subjetivas que incluso nos hacen comprender lo inexplicable que pueda estar pasando por la cabeza de la frágil Rosemary, la joven Carol o el prudente Trelkovsky.

Entusiasta voyeur de situaciones insólitas y kafkianas, nos aborda en su última película, "La Venus de las pieles", con una discretísima puesta en escena, aliñando una extraña y aparente historia de amor, con un ingrediente principal:  el de la obsesión por la dominación sexual. Un concepto el del amor, terriblemente idealizado, y que en realidad puede experimentarse a través de las complejas necesidades de la psicología humana, aunque para ello haya que renunciar a un final feliz, como también nos señalaba el director de orígen polaco en "Lunas de hiel".

Polanski se sirve de una adaptación teatral del libro del austríaco Leopold Sacher-Masoch, para subrayar cierta supremacía del factor sexual, del deseo y las fantasías en la vida del individuo, en consonancia con las teorías de Freud, y otros autores como Arthur Schnitzler, cuya "Traumnovelle" o "El relato soñado", fue la novela elegida por Kubrick para, a título póstumo,  firmar su incomprendida "Eyes Wide Shut".

"El cuchillo en el agua" y "Cul de sac" sugerían también que aquella fascinación erótica provenía de un elemento externo, primitivo, extraño y malévolo. En la primera, la tensión sexual  incrementaba al tiempo que el poder del valor dominante se desvanecía y cuyo clímax, aterró a los jerarcas de la cosa moral más allá del Telón de Acero, llegando a afirmar tras el estreno de la película que esa no era la Polonia del paraíso socialcomunista que se debía predicar. Tras lo cual Polanski se largó de allí. Un largometraje brillante, incluso a pesar de las limitaciones que la autoridad soviética imponía.

Con tan solo dos personajes y durante hora y media, "La Venus" consigue captar nuestra atención y llevarnos a un delicioso terreno donde los roles se complementan, confunden e intercambian bajo planteamientos platónicos nada sensibleros, y sumergiéndose de lleno en el lago subconciente donde los traumas anidan y los deseos más oscuros y perversos cristalizan. Realismo oscuro, con mucho de lúcido. Un punto de partida insuperable para un autor acostumbrado a retorcer la psique de los personajes , a confundir con angustiosa maestria la realidad con la ficción aprovechando hasta la raspa de sus claroscuros, y todo esto a estas alturas y sin aburrir.

La película se sustenta en dos interpretaciones sobresalientes, Emmanuel Seigner -o señora de Polanski- y un carismático y magnificamente doblegado Mathieu Amalric, que nos recordará en más de una ocasión al Polanski actor. Alexandre Desplat, acompaña magistralmente la puesta en escena con una partitura delicada y sinuosa, a juego con el tono erótico y sobre todo satírico del relato, llevado con el talento y humor sutil y oscuro, con que la vida y su impagable trayectoria parecen haber agraciado al ya octogenario -y libre- Polanski.






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