30 de abril de 2014

Carmina y amén

                       
Ex miembro del celebrado y esperpéntico grupo teatral La Cubana, e inolvidable alter ego televisivo de Raquel Revuelta en aquel desternillante Homo Zapping, Paco León, vuelve tras la cámara, para ofrecernos el manipulado retrato de su robusta y pícara madre, en una segunda vuelta por los prosaicos avatares sureños de tan carismático personaje.


Una estampa limpia y certera, donde prima el humor y la ternura de fondo  por un personaje de sangre muy caliente, y circunstancias un poco áridas. Enfrentada a una existencia un tanto desoladora Carmina hace acopio del nacionalísimo espíritu pícaro, arrojo y amor propio solo proporcionales a su contundente silueta, Carmina Barrios mira con ojos ingenuos a su alrededor, embistiendo en ocasiones con la misma naturalidad -quizá demasiada- con la que el morlaco acude a la cita del diestro de turno, consiguiendo hacerse ella con el capote y dominar la situación, aunque para ello tenga que romperse una botella en la cabeza, conspirar contra el seguro u "ocultar" el cadáver de su marido un par de días. Orejas y rabo para el caldo. Algo que le confiere el calor de un público harto de sofisticación y roles un tanto imposibles para el autoreconocimiento. En la sencillez radica la belleza. El exceso de sencillez no se traduce en mayor belleza pero su empecinada audacia con la distribución de la cinta cerrará el círculo de manera más que satisfactoria.

En el fondo de todo esto, además de una clara conexión con el público patrio y su consecuente recaudación, resplandece durante toda la película la admiración y jocosa pasión de un hijo hacia su madre. La madre como símbolo de símbolos, sin forzar ningún tipo de floritura. La mujer ante la puta vida. Tampoco feminismos u otras cursiladas. Recuerdan esas secuencias entre mujeres, al manchego chascarrillo almodovariano dotado de mayor ingenio para el tema, aunque el desnudo de pensamientos e inquietudes colgantes entre Carmina y Yolanda Ramos, marihuana mediante, tiene su puntito. La vida es una locura y en ocasiones hay que unirse al enemigo.

Tanto Carmina y Amén, como su predecesora, evitan en general caer en los subterfugios gratuitos del espíritu torrentiano, lo que por un lado deja a la filmografía de León a mitad de camino de construir algo más sólido y congruente, aunque por otro, sienta las bases de un cine muy personal, de acuerdo con capacidades y aptitudes. Si bien, esta segunda vuelta parece haber superado algunos de los vacíos de la anterior, a León, la vida puede parecerle una novela mediocre, y como tal la representa magnificamente, subrayando de alguna manera el "Señores, esto es lo que hay".

Excesiva, triste, soez, rota, lúcida, fumadora y sevillana. Todavía habrá quien se asombre. A ellos les recomiendo que pelen una naranja, se coman la cáscara y piensen en ello hasta que caigan exhaustos al suelo. A los carministas ultras, tranquilizarles y recomendarles "El ladrón de bicicletas". Por ejemplo.

Los meapilas siempre ponen el grito en cielo por algo. Como cuando Dalí afirmaba escupir o eyacular sobre una fotografía de su difunta madre.



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