25 de abril de 2014

We are what we are





 

 CANIBALISMO COMO BELLO ARTE (I)

"La verdad puede parecer horrenda a la humanidad pero ésta debe sacar las consecuencias y redescubrir la verdad que la ciencia ha considerado hasta ahora como imposible, tachándola de superstición: que la inteligencia es comestible. La memoria es comestible. Los conocimientos concretos también son comestibles. El ser humano nació por canibalismo."

-Oscar Kiss Maerth


Fragmento recuperado de un título lejano. Un libro desvencijado y cuarteado, con las hojas amarillas que alguien había traído a casa. Su título era "El principio era el fin". A lo largo de sus páginas, recorría el fenómeno del canibalismo por algunas sociedades o tribus, mostrando lo simbólico y utilitario de la práctica. Eran nuestros amigos los monos -que diría alguna insalubre ONG-, los que devoraban los cerebros de sus difuntos bajo la creencia de estar ingiriendo las virtudes que los acompañaron en vida, así como algunas otras prácticas entre escatologicas y puramente evolucionistas como epicentro del culto a la reencarnación de la materia muerta en nueva vida. La evolución replanteada desde la óptica de quien ha consumido algún gimlet de más. Improbable, no imposible. 

Los ejemplos que hoy nos llegan en versión película -sacarina, por favor-, evitan mayoritariamente ahondar en las interesantes razones antropológicas del fenómeno, aportando una visión truculenta y morbosa, de acuerdo con el sentido manido y escrupulosamente estudiado del espectáculo. Actualizada queda en la ficción -no solo- una práctica milenaria, la de comer carne de un semejante, que nos conduce a dos ámbitos de humana necesidad; el culto y la supervivencia. Condenado moralmente como noticia en las extintas páginas de sucesos, se admite la práctica, aunque con cierto horror, como solución final a una situación límite, la que se interpone entre los desafortunados tripulantes de aquel vuelo 571 y su posibilidad de salvar la vida en "¡Viven!" (1993).

Como en las copiosas comidas o cenas de Navidad, la práctica del canibalismo acentúa la pertenencia y el arraigo al clan, unido en el nacimiento frente a todo lo que se engulle, alimentando la antropofagia como solución a los demonios que vagan por las psiques de quienes lo practican. "La matanza de Texas" (1974), confirmaba ese sentimiento familiar, mientras nos presentaba uno de los asesinos en serie más famosos y carismáticos de la historia del cine; bajo el sobrenombre de Leatherface y con la capacidad intelectual de una sierra mecánica, aquel enorme saco de mierda dedicaba su vida y su obra a la carne turgente de jóvenes incautos un poco hippys, que nos recordarán siempre como un simpático fin de semana en una furgo Wolkswagen puede convertirse en algo peor que el infierno. Frescos de rojo descarnado en las paredes de una carnicería cualquiera. Hoy Sanidad no lo permite. Reivindico aquel polémico, rentabilísimo y olvidado título de Tobe Hopper tan desprestigiado por insufribles secuelas y versiones innecesarias, en las que incipientes estrellitas (McConaughey, Morttensen o Zellweger) alimentaban sus primeros egos interpretativos...

El crimen y la familia me traen a la cabeza la infausta historia de la familia Corleone en la saga de "El padrino". Miseria moral, violencia, poder y corrupción, envuelto en un halo de pesarosa melancolía que incluso nos hace empatizar con cada uno de los componentes del clan y sus motivaciones, a pesar de la dureza de sus actos. Los "padrinos" de Coppola se merecen post aparte.

Junto a Leatherface toda una generación de psycho killers que compartían un orígen común, un caso real y de los primeros que los medios dieron a conocer al gran público, estremeciendo a una norteamérica anestesiada. Inspiró docenas libros y películas, una incluso con el nombre del personaje en cuestión  "Ed Gein" autor de brutales prácticas cinegéticas y decorativas. Robert Bloch, autor de la "Psicosis" que luego Hitchcock adaptaría al cine, perfiló al tímido Norman con muchos de los esquizoides rasgos de Gein. Algún tiempo despues lo haría Thomas Harris en "El silencio de los corderos", con la consecuente y exitosa versión película, haciendo de la antropofagia que el refinado doctor Lecter practicaba, un castigo a la impertinencia y a los malos modales y feas costumbres modernas de hoy. Justificaba el irónico y extraordinario doctor que deberían verse como un servicio social. 

"Motel bates" y "Hannibal", son dos muestras televisivas actuales que por referencias, entiendo que no aportan demasiado, pero  nos remontan a los orígenes de aquellos icónicos y perturbados personajes tan acertados en sus originarios y respectivos castings. Hopkins dejó de ser el perfecto mayordomo para interpretar de por vida el mismo papel, mientras Perkins firmó su sentencia de muerte el día que aceptó llevar las riendas del motel de su santa madre.

Se aprecia en la práctica canibal  los restos atávicos de un ser primitivo y salvaje en extremo que se hacía fuerte en sus creencias, habitualmente de tipo sádicas, devorando al enemigo, asimilando su poder, y sometiéndole a prácticas violentas y sexuales que evidenciaban cierto regusto por la tortura cruel y gratuita. Excusa perfecta para servir un par de platos de moralina templada -casi fría- durante aquel "Holocausto caníbal", estofado con denominación de orígen giallo, que todo amante de los fakes y la sopa de tortuga, debería ver.

Otros por pura pulsión eléctrica como el malnutrido mondo zombi, siempre tan necesitado de proteína, debería darle un respiro a su hígado y a su cólon, alternando unas ricas lentejas de vez en cuando, o alfalfa y agua para purgar sus excesos cárnicos.Vuelvo a lo insulso de este género, tan pesadito durante algún tiempo. Su principal atractivo también desparece con los taquillazos y serial booms, que convierten la serie B, en producto para mayorías.

Retomando la traumática necesidad como principal activo para desencadenar el ritual, en "Ravenous" (1999) se le suma a su intrigante perspectiva culinaria, el culto a una antigua creencia con  la que no sabemos si Nietzsche habría estado de acuerdo, aunque lo que si parece acertado es plantear al hombre devorado por si mismo, cuando este es asolado por la locura y el tan deportivo afán de superación.

En algún punto del sobadísimo mapa del género "We are what we are", la cinta que me ha traído hasta aquí, nos adentra en un drama local, cuyos protagonistas son claros exponentes de las salpicadas sombras de perturbarción que dormitan en algunos de nuestros congeneres. Un médico forense, interpretado por el siempre magnífico Michael Parks, trata de arrojar luz sobre unos casos de antiguas desapariciones en una pequeña y humilde comunidad.

La cinta de Jim Mickle se desenvuelve con tono dramático y familiar por la serie B además de algún vistoso e inesperado guiño gore, que siempre "enriquece", aportándole a la historia una sugerente vuelta de tuerca al jungiano complejo de electra. Un colofón que le aporta un nuevo sentido al título y posee el valor del guión adolescente, que al tiempo que se ahorra los complejos,  reconoce con la madurez de los grandes que los finales pueden ser grandes declaraciones de principios. Dudosos y cuestionables, pero principios. Y es que, efectivamente, somos -entre otras cosas- lo que comemos, amamos y odiamos.


"Los gilipollas se sirven con un poco de aceite y un chorro de vinagre." -R. Topor


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