9 de enero de 2015

Je suis Charlie


 Diario de Rorschach: "Hoy ha muerto un comediante"

Hoy quería dedicarle a un famoso director de cine norteamericano unas palabras por su sorprendente, agradable e inesperada nueva película. Tambien me apetecía lanzar algún apunte sobre uno de los poetas españoles más interesantes del pasado siglo y en pos del corta y pega añadir alguna muestra de su talento sórdido y olvidado. Pero el mundo libre -si, libre y civilizado- se ha encontrado con una muestra repugnante y execrable de la barbarie que la acecha sin descanso.

Charlie Hebdo, una publicación fruto de aquel mayo del 68, nunca ha parecido mostrar ni respeto ni simpatía por ningún tipo de poder, religión o persona. Izquierdismo jocoso, mordaz e iconoclasta con la capacidad de libertad, que abandera entre otros derechos y obligaciones nuestro sistema, es hoy el mejor y mayor símbolo de represantación de nuestro rol global.

Resulta innegable el problema con que se enfrenta Occidente, o sea, todos nosotros, amanezca o no algún suelo lleno de sangre. El extremismo islámico, es un violentísimo totalitarismo dogmático en auge, entre teocrático, militar y táctico, que no concibe el mundo más allá de su visión medievalesca y salvaje, con un propósito firme y sin fisuras: acabar con nosotros, "infieles" occidentales. Nuestras sociedades, abiertas y democráticas -todo es mejorable- es permeable a esa capacidad para el horror de la que es capaz una religión incapaz de asumir los cambios necesarios. Adecuar al tiempo presente su forma de espiritualidad es asignatura pendiente de muchos países islámicos, empezando por la separación del Estado de cualquier tipo de poder religioso. 

Espero, como ciudadano, que se tomen las medidas oportunas. Que dejen de balbucear los políticos -demasiado ocupados en el bandolerismo y la estrategia bancaria- y de dudar qué hacer cuando una panda de descerebrados hijos de puta son capaces de actos tan viles y miserables sin temblarles el pulso lo más mínimo. 

El asesinato de estas doce personas, pretende, más allá de la mezquina venganza concreta contra quienes se mofaron de su deidad, la imposición del silencio, de la obediencia, de la doblegación, de la humillación y de la sumisión a través del terror y en defensa de una ley religiosa que atenta contra la dignidad del individuo y los principios de toda sociedad razonablemente avanzada.

Tras los atentados perpetrados en Nueva York, Madrid o Londres, todavía se alzaban voces contra aquellos presidentes a los que les tocó el marrón, como cabezas de turco que de alguna manera catalizaban esa duda existencial que acompaña a quienes se han educado en un entorno favorable a los derechos humanos. Aquellas protestas, legítimas aunque poco respetables, ponían en evidencia las debilidades de nuestras naciones. ¿Quizá estaban dispuestos a ofrecer la otra mejilla? Creo más bien que se trataba de un impulso noble contra una acción militar  cualquiera, pero que en esencia significaba varios pasos atrás frente al dogmatismo criminal, que tomaba nota de nuestros puntos flacos.

El terror se alimenta mostrando al mundo las cabezas cortadas de nuestros hermanos occidentales. Hombres libres arrancados de la vida mientras  las audiencias acuden a su catálogo de relativismos y complejo de culpa cuyo principal denominador común es una educación en esencia nefasta. A lo largo de toda nuestra historia, la oscuridad siempre ha batallado por mantenerse totalitaria y regidora de los destinos del hombre esclavizado por su propia ignorancia y hoy infectado de corrección política y buenismo hasta dar asco. Leo desde los sectores más estúpidos de la diplomacia babosa que se trata de un inaceptable atentado contra la libertad de expresión. No se si reir o llorar. Ni de expresión, ni de impresión; aquí lo que está en juego es la vida en libertad. Lo que se exprese o se imprima, si va en esa línea, no le importará a nadie porque no valdrá ni para limpiarle el culo al mismísimo Alá.

Sería otro asunto hablar de la línea editorial que sigue la publicación, cuyas representaciones se zambullen directamente en la provocación y el mal gusto elevado a la categoría periodística, algo que mientras por un lado no les debería convertir en blanco de la mafia teocrática islamista, si invita a la reflexión sobre lo que se debe o se puede, al margen de lo zumbados y lobotomizados que estén los guerreros de Alá. Es una cuestión -tema aparte- de eso que hoy se usa para calzar las mesas y las sillas en la mayoría de líneas editoriales, ética profesional, hasta hace poco órgano hepático del género venido a foie gras.

Me gustaría equivocarme, pero con tanto gilipollas, dudo que esto acabe bien. Es posible que en Occidente lo seamos todos un poco. Pero incluso por ello, merece la pena pelear, conscientes de que nuestra victoria no es solo la de la libertad de expresión, si no la de los valores, la ética y una capacidad de crítica real, y no solo paródica o caricaturesca, con la que educar y no tergiversar o confundir a una población tremendamente torpe y blanda. Con ello no conseguiremos hacer un mundo mejor, pero tampoco peor.




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