19 de noviembre de 2014

Interstellar

Hasta hace unos días, no era capaz de identificar la cara de Christopher Nolan en una foto a no ser que un pie de foto me indicase su nombre. Hoy no es que la cosa haya cambiado demasiado, pero me he dado cuenta de lo que este hombre significa para un ejército de adolescentes irredentos y un subgrupo de seguidores fieles capaces de identificarse con las propuestas de los hermanos Nolan y al tiempo con los personajes poco fascinantes de Big Bang Theory. Christopher director y Jonathan guionista, son artífices de un cine tan posmoderno como entretenido, el cebo perfecto para una generación desencantada,  asombrada con los simpáticos antihéroes que nos muestran en sus historias.

Practica y tecnicamente perfecta, Interstellar hace uso de la imagineria kubrickiana principalmente para retar al espectador con el siempre atractivo viaje a lo desconocido, con intenciones ciertamente heróicas y exceso de emociones, siendo estos dos últimos, elementos con los que el  director de la inigualable 2001, apenas mostraba  interés más allá de lo anecdótico a lo largo de su filmografía.

Con todo en contra aqui en la Tierra, un grupo de científicos liderados por Matthew McConaughey, -un nuevo Cruise ha nacido- son enviados a los confines del universo con el objeto de localizar planetas donde sea posible la habitabilidad y supervivencia de la raza humana. Las dificultades científicas, físicas y técnicas son minimizadas y cuestiones derivadas de la capacidad emocional humana van marcando el ritmo de la película que se mueve entre una asumida ciencia ficción -no tan ficción- y el drama filosófico más clásico. El afán por la supervivencia, y la fé en la capacidades del ser humano, hacen superar según Nolan, las adversidades que suponen los años luz, la relatividad - que no relativismo-, los agujeros negros, tuneles de gusano y demás complejidades físicas. En su contra, todo ese excesivo tejido dramático que de alguna manera empapa las historia de los Nolan y le confieren a su cine ese toque blandengue que tanto daño le hace, cristaliza en que solo hay algo peor que ver a Michael Caine gimotear en alguno de los shakesperianos  Dark Knight, y es volverle a ver haciéndolo de nuevo en Interestellar. Si Interstellar fuese obra de Spielberg, probablemente no habría motivo para tanta euforia.

El verdadero fenómeno que está aconteciendo no es la película en sí, si no la puerta que vuelve a abrir Nolan después de Tarkovski, Kubrick... con un lenguaje renovado, comprensible y en resúmen  cada vez un poco más vulgar, pero capaz de divulgar, entretener y hacer pensar al menos más allá de nuestro ombligo. Al margen de sus aciertos, fallos y demás discusiones científicas,  la película, lejos de ser el acontecimiento que los devotos de Nolan presúmen, es recomendable, mantiene en tensión durante buena parte del metraje, siempre con la ayuda de un Zimmer en estado de gracia, cuando no del acertadísimo silencio voraz que habita el espacio exterior.

Los finales que van adornando los últimos minutos de la cinta, parecen las guindas que Nolan coloca cuidadoso, milimétrico y sabedor que sus cientos de miles de apóstoles le examinan con lupa. Pero más allá de un público que se bebería hasta su última gota de sudor, Nolan coloca esas guindas ante todo convencido y gustoso, por que este hombre, que no es perfecto, es un perfeccionista adorador de los pasteles totémicos algo pretenciosos y las guindas bien puestas. Le queda mucho por hacer. Como a todos.

"Si algo puede ourrir, ocurrirá."




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