8 de noviembre de 2014

Coherence

Y por fin, surgió la oportunidad de ir a ver Coherence. Uno de esos estrenos milagro, por los que deberíamos dar las gracias a la deidad responsable de que todavía se puedan exhibir en circuitos más o menos comerciales títulos como éste.


Coherence hilvana un inquietante relato sobre los universos, realidades y dimensiones paralelas, sostenido todo ello por la siempre ingeniosa, teórica y muy literaria física cuántica. Fascinante aprovechamiento de un presupuesto si es que lo tuvo, que da veracidad y sentido a un delicado guión cuyas divagaciones me recordaban a las entretenidísimas películas de Monsieur Poirot, con colmadas dosis de metafísica todo lo bien explicadas que se puede, aunque el todoterreno detective de Agatha Christie nos hubiera dado una explicación más sesuda y certera.


Más que un acierto, una imperante necesidad, pero acierto igualmente no andarse por las ramas de lo colateral y accesorio, y centrar la trama en apenas un único espacio repleto de individuos que se conocen entre si, aunque al mismo tiempo no dejen de ser perfectos desconocidos, acuciados por un fenómeno físico de dificil entendimiento. Al menos, a mi la cabeza no me da. Sin el pretexto cósmico, las complejas teorías físicas y un poco de acento mexicano la cinta podría ser deudora del gran Buñuel, más cerca del absurdo que de aquel surrealismo que tanto le costaba comprender. Pero hoy todo tiene una explicación. La explicación hoy, es el final feliz de ayer.

Las reacciones ante lo aparentemente inexplicable son desencadenantes del modelo de ansiedad que rige a día de hoy las vidas de millones de personas que habíamos sido colmadas de la tranquilidad de un sistema conocido y estable. Naturalmente, y al hilo de aquello que decía Hitchcock, hasta la existencia más plácida tiene su reverso tenebroso, y la otra verdad no tarda en hacer de las suyas, como apunta la agenda del destino, quizá confabulado con el azar. De repente todo se vuelve negro y la tranquilidad de aquel sueño anestésico desaparece, abriendo las puertas a cualquier comerciante de esperanzas y modelos sociales de pesadilla, cuyo descaro, además de oportunísimo, es proporcional al clima hartazgo y manifiesta ignorancia que en caliente suele mostrar una sociedad noqueada y cuyo reloj de la paciencia hace rato agotó el último grano de arena.

Vivimos en un mundo en que la cultura del sufrimiento basicamente ha desparecido, y esperamos que nuestra vida sea plácida y tranquila, como un conjunto residencial en Bohadilla del Monte, cuando en realidad está más cerca de Twin Peaks. Pero el mundo no es así, ni el conocido, ni el desconocido. Afrontémoslo y desaparecerá la neurosis colectiva que parece afectar a una población desencantada y con síntomas de enfermedad mental leve pero imparable. Demostración de ello es al abatimiento generalizado y falso sentimiento de euforia al creer ser escuchados por una formación política de corte demagógico cuyo propósito es sencillamente tumbar el sistema sobre el que se asienta nuestra joven democracia.

La diferencia estriba en que estos podemonios prometen cumplir el sueño de quienes prefieren delegar su vida en  un todopoderoso Estado diseñado por las emergentes fuerzas malvas de la postdemocracia. Embaucadores con un propósito claro, aunque sus explicaciones sean tibias para no asustar a un individuo exhausto de malas noticias y peores expectativas. Las recetas del poder entran mucho mejor que las del deber. Muchos se rinden, otros simplemente acoplan sin darse cuenta un mensaje día tras día, que aprovecha ese estado de bloqueo, agotamiento e impotencia y sugiriendo que la voluntad popular tiene el mismo valor que la voluntad de la neurosis.

Ayer el Ebola ponía en evidencia cierta naturaleza humana, al considerar que al religioso infectado del virus, no debió haber sido repatriado. Cuando el mundo nos enseña sus dientes, echamos balones fuera y el paisano medio, el hijoputa estándar surgido de la masa madre neurótica e hipersexualizada, con su ideario rebosante de principios sociales y valores humanos progresistas  no dudaría en dejarle tirado a merced de la soledad terminal, sin derecho a la piedad y la atención médica que a él nadie le negaría. Su boca se llena de inoportunas necedades y escupitajos reivindicativos, mientras los pulmones de aquel se inundan de sangre virulenta. Como si la muerte mereciese más la vida del que se la jugó en Sierra Leona, que del que participa desde la comodidad de su vida muelle con sobresaltos de chaise longe, en ritos asamblearios, y demás futuras semillas parasitarias, alentadas desde el averno mediático ni intersante ni divertido.

Que no se engañe nadie, lo único que moviliza a la población es el miedo. En este caso, miedo a la injusticia. No a que exista, si no a que nos toque a nosotros. Las imposturas morales y poco sutiles de esta suciedad podemoñosa de corte fascistoide, dejan al descubierto que si una vida no importa, menos aún un sistema institucional con posibilidad de recuperación. Propagan el miedo y la ruina, en lugar de inculcar principios éticos y valores ejemplares, único camino para una sociedad justa, y no equitativamente injusta.

Coherencia o decoherencia de hombre y mujeres desbordados de neurosis por desentramar el aparente absurdo de sus vidas. A cualquier precio??



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