3 de octubre de 2014

El planeta salvaje

En más de una ocasión se nos antoja al calor de unos coktails y en el placer de la conversación, algún tema elevado de carácter pedante y embriagador. La aureola de superioridad intelectual con que el individuo expone sus argumentos contra la pena de muerte por ejemplo, tiene la peculiar quietud de un mar vaciado de agua y peces, pero lleno sangre y huesos con porciones de carne rancia adherida todavía a ellos. El inmenso coral de Manolo Escobar, son hoy miles de millones de calaveras que sonríen sardónicos con mirada sorprendida como diciendo: "Ahí os quedáis monstruos." 

Durante la década de los treinta, mientras el mundo recibía las noticias -no a tiempo real- del hundimiento de la bolsa americana y sus desgraciadas consecuencias, la China revolucionaria asesinaba en regiones casi inhóspitas de su geografía a cientos de miles de personas como preámbulo de un plan revolucionario. Aprovechando un enigmático y recóndito paraje, antes incluso de que aquel aprendiz de carnicero Mao comenzase sus pinitos en esto de la carne amarilla, se fundaba uno de los primeros Soviets chinos que decretaba crueles leyes anti-contrarevolucionarias -toma ya- cuyo incumplimiento o menor atisbo de anti-contra, las autoridades del Soviet premiaban con linchamientos, descuartizamientos, e insufribles torturas chinas siguiendo con una milenaria tradición imperial. Todo ello en un lugar concurrido con espléndidas vistas para todos los públicos. Traigan a sus chiniños, por que las clases acaban de empezar.

El responsable de aquellas sangrientas matanzas, un tal cabrón P’eng P’ai fue fusilado por las fuerzas nacionalistas que también combatía Mao. Despues vendría lo duro, y resumiendo, hasta hoy. Suponiendo que lo esté, China lleva relativamente poco o muy poco tiempo abierta al mundo, el tiempo necesario que ha necesitado el mundo para saber de qué va aquello. Tiempo suficiente para tener la certeza de que el cielo también está atiborrado de chinos.

 Hong Kong parece haberse reinfectado de ese virus de las democracias y protesta bajo miles de paraguas anti bombas de gas por que el Gran Hermano Chino quiere apretar la correa. Me recuerda "El planeta salvaje" (Le Planet sauvage, 1960), un planteamiento parecido con toque de psicodelia sesentera añadido. Aquel planeta salvaje estaba habitado por una raza de azuladas criaturas inteligentísimas y  adoptaba humanos como mascotas, practicándoles el mas perverso y sádico sentimiento maternal, y privándoles de su libertad por encima de todo. El surrealismo sucio, el humor negro el punto psicodélico francés y los dibujos de Topor  la convierten en una película imprescindible junto algunas de las obras distópicas más representativas del S.XX.

Volviendo al tema, veremos que aquella dicotomia de un país, dos sistemas no cuadra con las expectativas del todopoderoso control del PCCh sobre mil millones de chinos a los que no desean correteando por las calles poniendo en duda lo afilado de su hoz o la dureza de su martillo. Como en Tiananmen, correran rios de tinta sobre los ríos de sangre que fluyen rabiosos e inexactos por las cloacas del gigante asiático. Sangre desbordada de cientos de generaciones que educadamente clama por la libertad, mientras en el resto del mundo, la libertad naufraga.

¿Dejará de llover en China, o simplemente se cerrarán los paraguas para dejar que el aguacero enardecido caíga con más fuerza sobre sus cabezas?

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