21 de febrero de 2014

Frankenstein wasn´t sexy enough ( I )


.




Dicen los entendidos en la materia -o sea, los que no tienen ni idea- que el pulpo ha de cocerse durante veinte minutos aproximadamente, para poder comerlo sin demasiados problemas. Si lo que pretendemos es marear el trozo de pulpo en la boca hasta su improbable disolución, como si se tratase de un caramelo en la temblorosa boca de un viejete, este sería sin duda el tiempo estimado. Pero yo, en plenitud de facultades dentales, personalmente prefiero masticarlo, saborearlo y poder tragarlo, optando por algo más de tiempo en la preparación del malogrado y sabroso animal.

Un ser inteligente, sin duda. Siempre con permiso de las moscas, cucarachas, gusanos y televidentes de debates ¿políticos? televisados. Son multitud los pulpos que año tras año se postulan como favoritos en diversas categorías del Nobel, por no ponerme a citar a los innumerables ya obsequiados con el valioso galardón. Qué narices!! Los pulpos tienen derecho a su propio premio...

Pues bien, eso significa que mañana comeré pulpo. Un auténtico manjar que se traduciría al lenguaje gastrocursi como una experiencia casi paradisiaca. Me fascina el cefalópodo. Y más allá de la obligatoria honestidad de su sabor, el casi ritual de la preparación, etc, estas incansables gastrojornadas de pulpo, siempre me recuerdan la secuencia en una de las películas de mi periodo fin de la infancia .

Burton me descubrió un mundo allá por el 95 o 96. En la película, se hace una detallada referencia a la grabación de "Bride of the monster", y en concreto a su apoteósico final, con un heroico Lugosi que pelea contra un pulpo de atrezzo, agitando él mismo sus tentáculos para darle más veracidad al tema. Exigencias del guión e imprevistos de producción. Realidad o ficción. 

Todo aquel ambientillo tenia un encanto muy particular.

La fascinación fue tal, que me lancé a la investigación de aquellos "hechos, lugares y personajes" en la era pre internet. No supuso demasiado problema para un chavalín de doce o trece años que se pasaba los ratos libres, curioseando las estanterías de libros del Corte Inglés de Bilbao (Glorieta), en el todavía edificio maldito desde la caída de la marquesina del cine que albergaba, y que mató a seis personas e hirió a otras muchas cuando se disponían a pasar una agradable tarde de cine familiar en un día del espectador. La película, Sister Act, una monja de cuidado. Tras el Cine Bilbao, el Bristol, y aquel maravilloso "Corte" de libros, música y cine, en algún tipo de macabro homenaje a la difunta sala.

Devoré sin aliento cada palabra sobre -para mí- el protagonista indiscutible de la película: Bela Lugosi. De la noche al día se convirtió en mi ídolo, y mi única pretensión era hacerme con su filmografía. Complicado. Las películas más interesantes en VHS, solían estar descatalogadas o simplemente no existían en este bendito país. Se editó al poco tiempo una colección de los clásicos de terror de la Universal, -con unas carátulas que invitaban a un melancólico visionado, aún no sabiendo que coño era la melancolía- y entre ellas estaba el mítico Drácula de Lugosi.

Me colgué de la película como si se tratase de heroína, y en mi casa, para mi felicidad, Lugosi empezó a ser un nombre muy familiar. Ninguna de las que habia visto con anterioridad me satisfacía en ese momento tanto como esta clásica versión

Hoy, ni los autodenominados hipsters, quieren saber nada de aquella cinta de "Drácula" de 1931, -ya tienen suficiente con el baúl de la abuela- que inauguró la tradición icónica de ese Conde, impecablemente ataviado de exquisita educación, que dotaba al personaje de Stoker de mayor dimensión y profundidad. Tras su fachada de atractivo y seductor aristócrata rumano, se ocultaba un insano y sobrenatural loco de la sangre fresca. Si, Lugosi lo hizo rematadamente bien, y fue el primero. Nosferatu, la pionera obra maestra de Murnau, no cuenta por la obvia maldad que emana el gesto del Conde Orlok.

Lugosi se transformó en una celebridad. Era el Fred Astaire del terror. Elegancia y horror. Hollywood lo reconoció para vomitarlo con tibieza poco tiempo despúes. Con su agitada vida, aquel inmigrante rumano, terminó su carrera como la empezó. Acompañado siempre de un aire teatral, y sumergido de por vida en el papel del transilvano que le dio la fama, fue siendo testigo de su propia morbosa y triste desintegración, mientras servía a los estudios de ocasional secundario de lujo al que poco a poco se le iba quitando el brillo.
Para terminar, colocón en un charco de agua fría mientras desgarra tus restos un pulpo gigante al que no sabría por dónde hincarle el diente.

Lugosi no fue una estrella. Él fue La Noche en aquel genial Hollywood de hielo y bronce.

Mañana comeré pulpo...


.



No hay comentarios:

Publicar un comentario